Opinión
Los viudos de la libertad de expresión
Es muy observable en la realidad que cuando la derecha política, económica e ideológica acusa de algo a la izquierda es por una de las siguientes razones: o ya lo ha hecho, o lo está haciendo, o lo va a hacer. Recuerdan mucho a aquella fábula o anécdota de un ladrón que arranchó un bolso a una mujer, y en medio del alboroto se colocó detrás de un poste, ocultando el botín, y se puso a gritar, señalando en cualquier dirección: “¡Al ladrón, al ladrón, cojan al ladrón!”
También es observable cómo, tal cual lo afirmara la gran Almudena Grandes, “la derecha, cuando pierde el poder [en una elección] se comporta como se la hubieran robado”. Pero no solamente eso: cierta derecha que ya ha sobrepasado con creces los límites del escrúpulo, se cree con pleno derecho para hacer lo que ella misma le reclama a su natural oposición, por lo que la castigaría y de seguro que se lo impediría en cuanto le fuera posible.
Y eso es precisamente lo que ocurrió hace algunos días cuando un par de medios digitales sufrieron una virulenta serie de ataques informáticos a todas sus cuentas en redes sociales e incluso a sus páginas Web. Eso, unido a una serie de comentarios descalificativos emitidos por los ‘guardianes de la moral’, los que disfrazan su afición por el estiércol con epítetos rimbombantes como denunciólogos o fiscalizadores. Nadie se hace cargo del atentado (porque lo es), pero es obvio de quiénes se trata.
No se puede dejar de recordar aquellos escándalos que rodearon a la promulgación de la ley que llamaron ‘mordaza’. No se puede olvidar a aquella plana mayor de divos de la pantalla, pertenecientes al provinciano jet-set local, apostados en las inmediaciones del Palacio Legislativo, mejorando notablemente su aspecto con un par de tiras de Taype cruzadas sobre sus boquitas de ángeles impolutos. No se puede olvidar sus lamentaciones de gente dolida en lo más profundo de su espíritu cuando Rafael Correa decía lo que cada día se nos hace más patente: prensa corrupta, sicarios de tinta.
El pecado de los medios atacados ahora último, entre los cuales se cuenta Radio Pichincha Universal, es irse convirtiendo día tras día en uno de los más grandes referentes de la comunicación no solamente provincial ni local, sino nacional, y no solamente en Ecuador, sino en el mundo entero. ¿Por qué será? Pues porque, por los motivos que sea, es un medio que no sigue el relato oficial de los medios corporativos aliados con el gobierno y entonces la gente sabe que acá no escuchará las mentiras que plagan a la canalla mediática, sino otra versión. Porque no se entrevista al mismo cotolengo de ‘expertos’ que nadie sabe de dónde obtuvieron su experticia, ni defiende a la misma cofradía de descalificados que van a repetir las mismas excusas inverosímiles sobre cualquier tema.
Alguna vez Rafael Correa rompió un ejemplar de un periódico en uno de sus enlaces ciudadanos. Tal vez no era necesario, aunque ganas no nos faltaran, no solo de eso, sino de estrellar las radios contra las paredes, de lanzar botellazos contra las pantallas o cualquier otra cosa similar. Sin embargo, ahora que Guillermo Lasso arroja a la basura la antigua Ley de Comunicación nadie dice nada. Porque, además, a él y a los suyos no les gusta que haya leyes que regulen la calumnia y el hostigamiento. Qué va. Ellos prefieren el terrorismo mediático y los ataques cibernéticos, de la misma manera que en todo lo demás.