Opinión
La Fundación de Quito
Es tradicional que al inicio del último mes del año, la capital del Ecuador celebre sus fiestas conmemorativas de la fundación de Quito, el 6 de Diciembre de 1534. A este año 2022 se estaría celebrando los 488 años de ese acontecimiento histórico.” Está asentada -dice Cieza de León – en unos antiguos aposentos que los ingas habían, en el tiempo de su señorío, mandado hacer en aquella parte, y habíalos ilustrado y acrecentado Guaynacapa y el gran Topainga, su padre. A estos aposentos tan reales y principales llamaban los naturales Quito, por donde la ciudad tomó denominación y nombre del mismo que tenían los antiguos” esta cita inserta el historiador quiteño Jorge Salvador Lara en su obra Breve historia contemporánea del Ecuador y demuestra que la mentada fundación de la ciudad no es más que el acto formal de los españoles respecto a un poblamiento urbanístico que tenía con seguridad cientos de años atrás realizado por las comunidades indígenas que poblaban esta parte de Sudamérica y que son anteriores no solamente a la presencia española sino a la de los incas.
Cuando se desempeñaba en calidad de Concejal de la ciudad de Quito el Dr. Alejandro Quintero, de orientación socialista, propuso se conmemore de otra manera puesto que los actos de matanza, abuso y barbarie de los españoles no merecía celebración alborozada sino recordación sentida de las tropelías ibéricas. La propuesta que no pasó de cierta bulla, allá por la década del 80 del pasado siglo XX, llamaba a la reflexión de las raíces indígenas de nuestra cultura, pero como lo hispánico y europeo se encontraban profundamente arraigados en nuestra mente, no tuvo la acogida que merecía. Los tiempos han cambiado, nuevas generaciones y acontecimientos impensados como el surgimiento del poderoso movimiento indígena que se ha convertido en un actor político y social de primer orden, reemplazando a dirigencias obreras divididas y adormecidas así como a movimientos estudiantiles que han perdido la dinámica del siglo pasado, lleva a la actual juventud a interesarse más por las raíces aborígenes de nuestra cultura y a la configuración de una personalidad colectiva que deje de subordinarse a viejas y achacosas potencias hegemónicas mundiales.
En este repensar la historia, las costumbres y los viejos relatos viene en auxilio un pensador, filósofo y docente universitario, de origen argentino exilado y nacionalizado en México, Enrique Dussel quien aboga con frecuencia y contundencia en la necesidad de desarrollar un pensamiento crítico, dejar de guiarnos por un europeísmo que ha dominado el mundo y que no corresponde con el análisis más profundo y realista de los hechos, en recuperar la memoria de nuestros ancestros aborígenes y darles el valor real a su cultura que en muchos casos fue superior a la europea. Lo cierto es que el europeísmo nos ha cegado la razón por muchos años y en los últimos tiempos la mirada se ha tornado a los Estados Unidos procurando asimilar su manera de ver, entender y emprender el mundo; ellos y ello representan lo bueno y deseable mientras el resto del mundo deben girar en torno a su visión e intereses.
En la línea de pensamiento de Dussel revisemos la significación de Sebastián de Benalcázar en su toma de la ciudad de Quito y el nuevo trazado hispánico. La verdad es que este personaje no fundó ninguna ciudad puesto que ella ya existía con muchos años de anterioridad, lo que hizo es tomarse a la fuerza no solamente las tierras sino también la vida de hombres y mujeres indígenas que sucumbieron ante la superioridad bélica de los hispanos; Benalcázar luego de establecido en Quito, fundó, esto si con propiedad, la ciudad de Guayaquil el 25 de Julio de 1535, fundación que no logró sobrevivir por los ataques de los nativos de la zona litoral. La ciudad de Quito lo fue antes de Pacha, de Quitumbe, de Quitu el defensor contra los Caras, de Cacha, Nazacota Puento, Píntag y Rumiñahui. Ciudad sagrada para los indígenas de Abya Yala por estar ubicada en la mitad de estas extensas tierras, cuyos habitantes tributaban culto al dios sol.
Observando en estos días el inmenso crecimiento demográfico de la capital de los ecuatorianos, que lo sitúan en unos tres millones de habitantes podemos analizar si las autoridades locales y nacionales han sido consecuentes con su rica historia milenaria o, por el contrario, olvidan con facilidad la importancia de la ciudad de Quito. Con objetividad vemos que no existe un monumento digno al inca quiteño, el último de tan legendaria estirpe, Atahualpa a quien se lo recuerda con un olvidado monumento de tamaño natural ubicado en un parque al sur de la ciudad en la ciudadela del mismo nombre, cuando debería estar en un sitio destacado en el centro histórico a una altura tal que domine el panorama y muestre la valía de tan valiente e inteligente líder indígena. Que decir de otros tantos generales, gobernantes, sabios y guías de nuestros pueblos ancestrales.
Pero el olvido de quienes forjaron nuestra nacionalidad no se para solamente en nuestras raíces indígenas sino que hace olvido de los héroes de la independencia. No hay un monumento, plaza o lugar digno para rendir homenaje al brillante José Mejía Lequerica, tampoco al precursor Eugenio de Santa Cruz y Espejo a Antonio Ante, Juan de Salinas, Juan Pío Montufar, Carlos Montufar, Manuela Cañizares, Manuela Espejo y la más brillante de las Manuelas, Manuela Sáenz la libertadora del libertador.
En contraste con lo que debería ser un sano tributo a la memoria de quienes lo merecen el europeísmo, extranjerismo y rancio tributo a lo de afuera, la ciudad ha rendido homenaje con monumentos a Winston Churchill, José María Escriva de Balaguer, nombres de calles a enemigos de la libertad como Melchor Aymerich, para citar unos pocos casos e incluso una ciudadela lleva el nombre de un Presidente de Estados Unidos, la Kennedy.
El llamamiento, con motivo de estas fiestas decembrinas, es a recuperar la memoria de nuestros personajes que han labrado la identidad de lo quiteño. La calle Benalcázar en el centro histórico de Quito debería cambiar su nombre por Manuela Saéz la quiteña más emblemática de los años que significaron la independencia. Debe revisarse los nombres de barrios, ciudadelas y urbanizaciones al igual que la nomenclatura de las calles de la capital para en estos espacios rendir el adecuado homenaje y recordar a tantas mujeres y hombres que han aportado a la cultura, arte, política y engrandecimiento de la ciudad de Quito.