Opinión
Las placas…
Las hay de diferentes tonos y matices. A saber: la placa de la infamia, colocada por los creadores de la vergonzosa teoría penal del “influjo psíquico”, dictada a última hora y al apuro para cumplir con la tenebrosa consigna de dejar fuera del proceso electoral del 2021 a Correa, como fue la orden terminante de los traidores. Esta plaquita cada día aumenta la indignación ciudadana en contra de sus mentores, cuyos fanáticos compinches y falderos recibirán en las elecciones de febrero, todo el desprecio que acumularon. La placa del Guarderas quien, asumiendo la postura de “tonto solemne”, inauguró para Quito el Metro pero sin metro. ¿Entendieron? Ni yo. La última placa, mandada a hacer por un tal Lindao, para recoger la más aberrante intromisión en las resoluciones de la primera función del Estado. La Corte Constitucional, única llamada a ejercer ese control, tiene la obligación de poner en el sitio de los trastos inservibles al comedido de La Concordia y al “arroz con pollo” y su combo destituido del CPCCS.
El caos imperante, organizado a conveniencia de quien detesta la institucionalidad y la democracia, cuando no le sirve a sus privilegios y prioridades neoliberales, es el caldo de cultivo para instalar el relajo social como el ambiente propicio para una extraña normalidad sustentada en el terror y el miedo de la gente, ante la creciente ola de violencia, evidenciada el año anterior en más de 4 mil asesinatos. Cuando la desinformación oficial nos dice otra cosa, provoca la indignación del pueblo que no se resigna a la naturalización de la mentira como política pública. Y si de obras se trata, hay un abismo insondable entre las cifras anunciadas y la triste realidad del abandono en salud, educación, vialidad que soportan las mayorías; y las visitas-sorpresa a hospitales, anunciadas para que preparen el set, más parecen una imitación a las que hacía en su tiempo y con resultados inmediatos el “odiado” Rafael.
Cuando un imprudente o un chispo provocan un accidente de tránsito, alegan que “se les cruzó un poste”. Algo similar ocurre con el vocero público, que en vez de reconocer los daños y reparar el emblemático puente hacia la Isla Santay, solicita que se lo retire, ignorando el valor intrínseco de una obra que potenció el turismo ecológico hacia un santuario de variedades únicas en aves y especies, dentro de un impresionante entorno natural. Su pecado: ser una más de las extraordinarias obras de la RC, que generó una masiva movilización de ciudadanía amante de la Pacha Mama. Y conste que esta obra tiene puente levadizo para facilitar el paso de las embarcaciones; pero para “esa gente” el “remedio” está en destruir lo que tanto le costó al erario nacional. Guayaquil y Durán tienen la palabra.
A los 35 años del crimen nefando de los Hermanos Restrepo, no pretendan “lavar” la imagen de un sospechoso implicado en el horrendo femicidio de María Belén Bernal. Eso ofende a la moral pública y más aún cuando hieren la sensibilidad de una madre, desolada por el vil asesinato de su hija. Respeten su dolor y su firmeza.