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Salinas

Los excesos en la búsqueda del placer y su prolongación son inherentes a la especie humana. Más allá de que estén bien o mal, no son nada nuevo, pues la obra citada data del siglo XIV, épocas aparentemente de pureza y santidad, al menos a juzgar por las connotaciones que se le da en nuestro tiempo a lo medieval y todo lo que con ello se relaciona.lucrecia maldonado

En un episodio del Libro de buen amor, aquel clásico de la literatura española medieval, se describe, de un modo muy jocoso, una escena que ocurre entre el Martes de Carnaval y el Miércoles de Ceniza: el orgiástico desfile de la última noche de Carnaval viene en una dirección, por una calle, cerrando con broche de oro la carnal celebración, mientras que por el otro lado de la calle, en sentido contrario, viene la primera procesión de la Cuaresma, cantando salmodias y oraciones, rezando el Rosario de la Aurora. Cuando las dos procesiones se juntan, ¿y adivinen cuál se impone sobre la otra?

Los excesos en la búsqueda del placer y su prolongación son inherentes a la especie humana. Más allá de que estén bien o mal, no son nada nuevo, pues la obra citada data del siglo XIV, épocas aparentemente de pureza y santidad, al menos a juzgar por las connotaciones que se le da en nuestro tiempo a lo medieval y todo lo que con ello se relaciona.

Bueno, en los pasados carnavales, en la ciudad de Salinas ocurrieron hechos que traspasaron, según algunos, los límites de lo aceptable. Y además (algo que no sucedía en la Edad Media) fueron ampliamente documentados por esa especie que ahora abunda: el camarógrafo espontáneo, que blande su teléfono inteligente ante cualquier acontecimiento, sea este jocoso, vergonzante o trágico, y a quien ni por asomo se le ocurre detener el hostigamiento o impedir la desgracia.

Aparentemente, hubo de todo: baile, borrachera, gente que en el afán de cumplir el ritual pagano de mojar a sus semejantes abría las puertas de los vehículos y atacaba sin discriminación a sus ocupantes con agua o espuma de carnaval, gente que en este mismo ritual aprovechó para sustraerse carteras, billeteras y otros bienes de las ‘víctimas’. Pero eso no fue lo peor. Lo más llamativo fueron las escenas eróticas, entre las cuales destaca la de una joven mujer que, sobre el capot de un auto, interactuaba eróticamente con un muchacho. Ese fue el que más asombro y rechazo concitó entre el público y en las redes sociales. Pero, como siempre, las tintas se cargaron sobre ella. Aparentemente, el hombre que la manoseaba no hacía nada extraño ni fuera de lo común. La indecente, la sin valores, la que no había sido bien educada en su casa, la que se había jalado todos los años en el colegio, la que había abjurado de cualquier religión, la que no sabía comportarse, la que lo permitía, la que se dejaba, la que se ofrecía, la que se había pasado de los tragos, la puta, la culpable de todo, en fin, era ella. Y quienes así lo afirmaban, en buen número, eran otras mujeres. Sí, damiselas ofendidas en su pudor porque una muchacha se desvestía y se dejaba manosear encima del capot de un auto.

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Y no solamente eso. Corre el rumor de que también quienes blandieron su celular para registrar el momento y difundirlo en redes fueron mujeres, igual, en un buen número. La chica en cuestión y su acompañante, obviamente, habían consumido por lo menos alcohol, y desde luego que se encontraba en una posición vulnerable desde muchos puntos de vista, no solamente ante el hombre que interactuaba con ella sino ante una sociedad ávida de chivos expiatorios que días más tarde se cebaría en la exhibición de su supuesta ‘inmoralidad’.

Esta escena me remite a otra, creada por Gabriel García Márquez, en la cual las prostitutas del pueblo donde ha llegado la cándida Eréndira junto con su abuela desalmada a robarles el trabajo entran a la tienda donde la abuela la tiene encadenada a la cama, la sacan a exhibir por todo el pueblo para humillarla, y finalmente la dejan, con todo y cama, en la plaza central del pueblo. Solo horas más tarde, mientras llueve, un anónimo ‘alguien’, se acerca con una chaqueta y la cubre no tanto por la lluvia como para protegerla del escarnio.

Pero en este caso, las personas de bien creen que el escarnio es lo mejor que hay. Nadie piensa que esa muchacha tiene derecho a un anonimato, a un nombre y a un respeto por su sola condición humana. Nadie piensa en su vulnerabilidad. Hay que exponerla, juzgarla, meterse con su madre, su padre y su familia si es posible veinte generaciones atrás. La gente de bien se llena la boca con la horrenda frase “eso se trae de la casa” o ignora que tiene un acompañante y critica a las mujeres de hoy que no tienen valores (insisto: lean el Libro de buen amor, siglo XIV). ¿Conocen su casa? ¿Quién les ha dado permiso para juzgar su entorno, su origen, su educación, su vida?

Y mientras tanto, nadie dice nada sobre los cientos de muertes violentas, sobre los escándalos de corrupción que saltan como canguil en la canguilera de Carondelet, sobre la reprimenda del Embajador del Imperio a su empleada de la Fiscalía, o sobre asesinato de un dirigente indígena horas después de que el ejército le haya ofrendado al Huesos de Titanio un arma simbólica y real para que ‘defienda la democracia’ a mordiscos, patadas y disparos.

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