Opinión
A propósito de días
Una estudiante de tercero de bachillerato me pregunta, con algo de sorna, si a mí sí se me puede desear un feliz día de la mujer. Le digo que no me molesta: siempre es bueno que a una le deseen felicidad, que le regalen un dulce o una flor. Pero también le digo que el Día Internacional de la Mujer no es precisamente una celebración. Le cuento de aquella fábrica en donde más de cien mujeres huelguistas murieron encerradas e incineradas en un sospechoso hecho. Le cuento también que la mayor de aquellas mujeres tenía cuarenta y ocho años y la menor catorce.
Entonces tal vez ella y sus compañeros comprenden que, más que una fiesta o una celebración, debería ser una llamada a reflexionar, por ejemplo, que muchas cosas que hacemos las mujeres y que ahora parecerían de lo más normales, como votar, ir al colegio o a la universidad, hace tiempo pudieron costarle, y de hecho le costaron la vida a otras mujeres. Que todas esas mujeres que pagaron con cárcel por el derecho al voto, o con muerte el derecho a cualquier otro tipo de autodeterminación hicieron para nosotras un trabajo importante de liberación.
También les hago ver que es importante recordar algunos datos: el más estremecedor y duro, que durante el año pasado en nuestro país se cometió prácticamente un femicidio diario. Que en cualquier parte del mundo en donde se está pasando mal, siempre, pero siempre, las mujeres la estarán pasando peor.
Pero también pienso en que es un poco triste tener que seguir repitiendo estas consideraciones cuando la situación de la mujer a lo largo de la historia, y aun en este presente, todavía no es una situación aceptable, y no en remotos países en donde el patriarcado puede llegar a ser aberrante, sino en nuestro medio y en nuestra vida cotidiana, pues a cada mujer que ha querido alcanzar un escaño más en el camino de la igualdad de derechos y de género le ha tocado romper lanzas y exponerse al escarnio y con frecuencia a la vindicta pública.
Pienso en María Montessori, obligada a llegar tarde y entrar por dismuladamente y en silencio a sus clases de medicina para evitar ‘perturbar’ a los hombres del aula con su belleza.
Pienso en Matilde Hidalgo atreviéndose a ir a votar aprovechando un vacío legal en una sociedad en donde se consideraba tan absurdo el voto femenino que ni siquiera se lo prohibía.
Pienso en mi abuela, cuyos hermanos tuvieron todos profesión universitaria, obligada a dejar la escuela a los 14 años porque ya no era necesario que siguiera estudiando ‘para nomás de casarse’.
Pienso en mi madre, sufriendo por no sentirse tan hermosa como los cánones de belleza de su tiempo lo establecían aunque todos supieran que era una mujer valiosa e inteligente.
Pienso en mi hija y su miedo de caminar sola de su trabajo a la parada del trole o del bus.
Pienso en mi nieta y un futuro incierto donde aún pueden habitar monstruos desconocidos…
Y pienso en todas las que han (¿hemos?) sido agredidas, asesinadas, despreciadas, minimizadas y ridiculizadas, aunque sea una vez por el solo hecho de ser mujeres.
Y sí: todas nos merecemos días felices, días mejores, días de luz junto a los compañeros de camino que lo comprenden y nos quieran acompañar. Todas nos merecemos abrazos, y cariño, y contención y seguridad, protección, buenas condiciones de trabajo y paz en el corazón. Y también la belleza de las flores y la dulzura de una golosina entregada con cariño y amor.